Bienvenido a Los Lunes Seriéfilos: cine, series, televisión y entretenimiento

[Series] Crítica de ‘Misa de medianoche’: del fulgor fanático

Póster de Misa de medianoche

La más reciente producción de Mike Flanagan nos lleva a una comunidad remota para aterrorizarnos con el fulgor fanático

El nombre de Mike Flanagan no es desconocido, especialmente para lxs seguidores de las producciones originales de Netflix. Gracias a él tenemos dos de las mejores series de la plataforma: ‘La Maldición de Hill House’ y ‘La maldición de Bly Manor’ y lo cierto es que sus producciones en formato serie superan con creces a sus productos cinematográficos: ‘Ouija: el origen del mal’, ‘Oculus, ‘Doctor sueño’, sólo por mencionar algunos.

Flanagan ya tiene un sello distintivo, un reparto recurrente y una vez más nos aterroriza, ahora con la miniserie ‘Misa de medianoche’, a la que definitivamente veremos en la lista de producciones nominadas para diversos premios. Con una reinvención de la figura del vampiro, una comunidad pesquera aislada y un fulgor fanático que abrasa la secuencia final es momento de revisar con atención en que consisten las claves del éxito de esta miniserie.

‘Misa de medianoche’: terror religioso con sabor a sal

Riley Fleen (Zach Gilford) se ve obligado a volver a Crockett después de pasar un tiempo en prisión por atropellar a una mujer —que murió en el acto— por conducir ebrio. Y si bien la reincorporación a una localidad tan pequeña como Crockett —a la que sólo se puede entrar o salir dos veces al día a través de ferry— es más que complicada, el protagonista ha sido castigado desde el momento en que cometió el crimen: a la hora de dormir ve al cadáver de la mujer que asesinó en un eterno grito silente.

Como si no fuera suficiente el tener que aguantar la materialización de su culpa, tendrá que soportar el peso de la reconexión familiar. En primer lugar, la relación con su padre, Ed (Henry Thomas), quien siente que falló al educarlo y que aparentemente sólo puede comunicarse con su hijo mayor a través de monosílabos. En contraposición, Annie (Kristin Lehman), su piadosa madre, prácticamente lo lleva con chantaje emocional a la iglesia, lo que supone un problema para el aparente protagonista, pues a pesar de que en su infancia y adolescencia fue monaguillo —camino que siguió su hermano, Warren (Igby Rigney)—, su tiempo en prisión lo volvió ateo.

Para complicar aún más la ecuación, en las comunidades isleñas las iglesias son importantes centros sociales y Crockett no es la excepción: el Monseñor Pruitt es prácticamente una celebridad local. Por ello, los feligreses cooperaron para enviarlo a Jerusalén, en retribución por todos los años que dedicó a la salvación de las almas de los lugareños. Mientras el hombre de fe se encuentra fuera, Bev Keane (Samantha Sloyan) se queda a cargo de la congregación y aprovecha el discurso religioso para condenar a las personas diferentes o a quienes considera que atentan contra la voluntad de Dios.

Bev Keane, Misa de medianoche
Bev emplea a la religión para encubrir sus negocios ilegales y su islamofobia.

Uno de sus blancos favoritos es el sheriff Hassan (Rahul Kohli), quien víctima de la islamofobia tras los atentados del 11 de septiembre, terminó refugiándose con Ali (Rahul Abburi), su hijo, en la isla. Sin embargo, el muchacho no dudará en apartarse del islam y abrazar el cristianismo si eso le permite ser aceptado por sus pares. La cuestión será aprovechada al máximo por Bev, quien no pierde oportunidad de incluir educación religiosa en la escuela. Y es que, como elemento identitario, Crockett apostó por el cristianismo como pieza fundacional.

La escuela, por supuesto, es el otro gran punto de encuentro y por ello a nadie extraña ver a Leeza Scarborough (Annarah Cymone) en silla de ruedas: el pueblo sabe que el borracho de la isla le disparó por accidente a la joven, postrándola para siempre. Tal vez por ello la chica es una de las principales fervientes de la iglesia y la candidata ideal si en alguien tuviera que materializarse un milagro. En la isla también vive la doctora Sarah Gunning (Annabeth Gish), quien siguió los pasos de su ahora senil madre, Mildred (Alex Essoe), y a pesar de que desea irse del lugar para vivir su amor sáfico libre del escrutinio de sus conocidos, espera a que su mamá muera para no sentir que la llevó hacia lo desconocido.

Y es que parece que existe una especie de magnetismo en la isla que obliga a volver a quienes nacieron allí. Poco antes de que Riley regresara, lo propio hizo Erin Green (Kate Siegel), ahora convertida en maestra del pueblo —labor que desempeñó su alcohólica y violenta madre—, promotora del cosmopolitismo y la laicidad en el aula, lo que no le ganará el beneplácito de las figuras conservadoras. La relación entre Riley y Erin, interrumpida por los años, se reinicia y tal parece que el cariño que sienten el uno por el otro superó la prueba del tiempo. Sin embargo, todavía falta que llegué una persona más a Crockett.    

Paul Hill
Para ser un recién llegado, el padre Paul conoce muy bien a los miembros de la congregación.

La vida de esta peculiar comunidad se verá trastocada con la llegada del padre Paul Hill (Hamish Linklater), enviado como reemplazo en lo que el Monseñor Pruitt recupera la salud en un hospital pagado por la arquidiócesis; sin embargo, el sacerdote no viene solo: con él llego una extraña figura que merodea por las calles y las playas durante la noche… En un lapso relativamente breve seremos testigos de una devoción cegadora tras una ráfaga de milagros que logra eclipsar acontecimientos inexplicables, como la aparición de cadáveres de gatos sin una gota de sangre en la costa. Por si esto fuera poco, la liturgia de mediodía se convierte en misa de gallo, para preservar la salud del padre Paul, lo que levanta sospechas en algunas personas de la localidad.

Fulgor fanático o del fundamentalismo vampírico

En 1990, Alejandra Guzmán capturó en “Un grito en la noche” el ánimo del presente siglo: uno de crisis total. Y es que entre la crisis de legitimidad y confianza que permea en las instituciones y la clase política, la crisis económica de 2008, la crisis sanitaria de 2009 por el virus de la influenza AH1N1 y diez años después otra con el virus del coronavirus SARS-CoV-2 como protagonista, a la que se suma la crisis de la democracia —los artículos sobre el fin del mundo libre van al alza— son el escenario ideal para que proliferen los fundamentalismos. Consciente de esto y que la gente ve sólo lo que quiere ver, Flanagan capta el ánimo popular y nos presenta el ascenso del fundamentalismo en la figura del vampiro.

Entrelazados, van dos de los puntos fuertes de ‘Misa de medianoche’: recuperar el terror para hacer crítica social y la potencia creativa para reimaginar a uno de los monstruos clásicos. La nueva generación de directores en cine y televisión sabe que no existe nada más aterrador que la vida real y por ello toman asuntos coyunturales —migración y  pérdida de la identidad, violencia doméstica y de género— para ser hilo conductor de sus producciones tomando como base monstruos tradicionales (el hombre invisible) o del folclore (apeth).

Ahora bien, es cierto que Flanagan siente especial debilidad por los vampiros: ya intentó una primera reinvención de este ser en ‘Doctor Sueño’ con resultados divididos. Ahora, en esta ocasión el cambio en el método de conversión —se tiene que beber la sangre del monstruo para convertirse—, así como su contraste frente al fanatismo religioso —encarnado en Bev— nos piden cuestionarnos ¿cuál es el verdadero monstruo? Por supuesto, aquí no estamos frente a una fábula moral, sino a personajes complejos que sólo buscan su placer o la oportunidad de remediar los errores del pasado, detonando el conflicto.

La creación y diseño del vampiro lo vuelven un monstruo terrible y memorable.

Otro punto notable de ‘Misa de medianoche’ es su ritmo y desarrollo argumental. Sin animo de destripar la trama para las personas que no han visto ‘Misa de medianoche’, existen dos momentos cruciales: después del segundo episodio —que se siente particularmente largo— llegamos a la revelación más emocionante de la miniserie: tomando como base la pasión de Jesús conocemos el destino del moseñor Pruitt, así como el origen del padre Hill. Por su parte, el episodio cinco cambia completamente nuestra perspectiva sobre quién o quienes protagonizan la ficción y nos muestra que es posible llevar una historia a buen puerto sin necesidad de que un personaje sobre el que se recargó la primera parte esté vivo, amén de que el impacto del sacrificio se mantiene hasta el final.

Dicho lo anterior, destaca lo redondo de la producción: desde la fábula del hijo pródigo, pasando por los títulos de los episodios —idénticas a los libros que componen la biblia—, la música y la atmósfera opresiva de la iglesia (sin necesidad de mostrarnos a una figura siendo atormentada en una cruz), se cuidaron los detalles para darnos la fantasía de aislamiento, soledad y desasosiego de una sociedad alejada que replica los problemas del país. Así, para los amantes del terror isleño —mención especial a ‘La tormenta del siglo’— está ficción tiene que formar parte de su colección.

Ahora bien, en comparación con las otras dos miniseries de su creador, en esta ocasión estamos frente a una producción celosa que se rehúsa a contarnos sus secretos de golpe. Los largos y elaborados monólogos, especialmente entre Erin y Riley, nos piden que prestemos toda nuestra atención o no podremos disfrutar del apocalipsis como se debe. Lo mismo puede decirse de los episodios de transición, que nos brindan contextos sobre las dinámicas y vicios de Crockett: perder detalle de alguno ocasiona que se experimente una laguna en el visionado. Y a pesar de lo denso de los temas —islamofobia, homofobia y demás fundamentalismos— se logra una buena mezcla con las terribles secuencias en las que el presunto ángel realiza milagros o sale a alimentarse y el fulgor fanático alcanza la ceguera total cuando un neoángel se revela a los feligreses con la promesa de la vida eterna.

Erin, Misa de medianoche
Erin tendrá que hacer frente a los prejuicios de Crockett y vivir su embarazo en secreto.

Sólo nos queda una pregunta: a pesar del sacrifico comunitario —ya adelantaban las escrituras que polvo somos y allí volveremos— para devolver a la hueste infernal a su lugar de origen, no tenemos certeza de que haya desaparecido. ¿Regresaremos en algún momento a ver a la criatura? Porque sin necesidad de crear antologías, el director tiene un sello distintivo con un reparto recurrente y dota al terror y al suspenso de un momento más de triunfo.

Dale un vistazo al tráiler de ‘Misa de medianoche’, disponible en Netflix

Valoración

Una reinvención inteligente del vampiro que toma como excusa su figura para denunciar los fundamentalismos, acompañada de una estética definida, un reparto recurrente y calidad consiste hacen de Flanagan uno de los directores bastión del terror y el suspenso, dejando en claro que no son géneros menores y a ‘Misa de Medianoche’ la vuelve una miniserie memorable.

¿Quieres recibir todas las mañanas las publicaciones del blog? Suscríbete a nuestra newsletter y te llegarán al correo bien fresquitas para disfrutarlas con el café

Gilberto Cornejo Alvarez
Gilberto Cornejo Alvarez
Escribiendo desde México. Dame una representación positiva de las minorías y te daré lo que te gusta. Críticas, comentarios y reseñas llenos de sorpresas, como Halloween.

ARTÍCULOS RELACIONADOS

DEJA UNA RESPUESTA

Introduce tu comentario
Por favor, introduce tu nombre

SIGUENOS EN REDES SOCIALES

Mejor Blog 2013 en categoría Cine y Televisión

SUSCRIBETE A NUESTRA NEWSLETTER

ULTIMOS ARTÍCULOS

La más reciente producción de Mike Flanagan nos lleva a una comunidad remota para aterrorizarnos con el fulgor fanático El nombre de Mike Flanagan no es desconocido, especialmente para lxs seguidores de las producciones originales de Netflix. Gracias a él tenemos dos de las mejores...[Series] Crítica de ‘Misa de medianoche’: del fulgor fanático