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Crítica: Hick (2011), por @AllStarCarlos

Supongo que, quién más, quien menos, ha visto el típico pueblo de carretera.  O quizá alguna casa aislada, de esas que se ven a veces a intervalos conectando con alguna gran autopista, que parece haberse quedado fuera (pero conectada con) el llamado «progreso». Produce cierta curiosidad un poco tonta preguntarse si la gente que vive allí tendrá sus familias como todos, si los hijos se crían en un entorno carente de influencias culturales, y solo aspiran a parecerse a sus padres, vivir y morir en el pueblo.  ‘Hick’ toma como escenario esa imagen típica, y cómo las cosas no son lo que parecen, sobre todo en el profundo sur estadounidense.

Es la historia de Luli, niña-mujer crecida en el seno de una familia desestructurada por un hecho pasado, criada por la tele… y por sus padres aunque ella no se dé cuenta. Dudo que su actitud rebelde y bravuconería no sean fiel reflejo de lo que su madre fue en algún momento.  El problema es que su casa de padres ausentes se le está quedando demasiado pequeña para sus ambiciones, con peligro de acabar siendo otra esposa insatisfecha de un marido alcohólico, de continuar la «tradición» familiar y social (sutiles los comentarios de vejetes verdes en su cumpleaños). Así que hace lo que cualquier muchacha con pájaros en la cabeza haría en su situación… huir a ninguna parte.
La película tiene sus dos ases bien definidos: Chloe Moretz y Eddie Redmayne.  Todo lo que nos cuentan lo hemos visto antes, mejor o peor, pero en estos dos actores está la salvación de la película. Ambos no interpretan, son sus personajes, y la cámara está atenta a cualquier inflexión de su rostro o voz.  Chloe Moretz, en particular, sale airosa de un desafío bastante importante: crear un personaje de incómodo atractivo sexual, que a la vez es la definitiva vuelta de tuerca de todas las adolescentes precoces que Hollywood le ha hecho interpretar. A medio camino entre la autoparodia y el pavo adolescente, Moretz viene a expresar que esta chica es un poco lerda, y se merece gran parte de las hostias que se va a llevar por el camino (que no todas, ojo).  Eddie Redmayne, por su parte, se lo pasa acojonantemente bien con el vaquero cojitranco que interpreta, un curioso lobo para esta caperucita, que aparece en el camino siempre que las cosas no acaban de cuadrar del todo en ese mundo adulto al que Luli se ha querido lanzar.
La relación entre ambos es la clave de la película, en ese tonteo a veces ganador (a toda chica crecida le gusta que le digan piropos) a veces siniestro, como recordatorio de que, por supuesto, bajo ese mundo adulto tan fascinante a ojos adolescentes, hay todo un río de intereses y caras falsas.  Es significativo que con el paso del metraje, el objetivo se difumine, y esas Las Vegas que tanto quería ver Luli acaban perdiendo interés frente a las personas que se encuentra en moteles. La chica solo buscaba cambiar su rutina, que amenazaba con ser eterna.
Glenda es uno de esos personajes (Blake Lively, poniendo por primera vez sangre a un personaje), en principio bastante intrascendente que después se revela como un curioso reflejo de lo que podría llegar a ser Luli si tuviera menos ambiciones, si solo quisiera ganarse la vida sin familia en el profundo sur.  Me ha parecido curioso el contraste entre ambas mujeres, una con más decepciones y cinismo a las espaldas que la otra, pero ambas buscando su sitio en una sociedad predominantemente machista que las ha hecho así. Lo que le falta por vivir a Luli, lo ha vivido Glenda.
Aunque no me acaba de quedar clara la función de narradora de Luli del suceso que rompió su familia, si me ha gustado que de vez en cuando se metan momentos oníricos de ella dibujando en la entrada de su clase en la trama.  Como para recordar al público que, en el fondo, solo estamos viendo la historia de una niña que debería estar jugando a matar dragones imaginarios sino fuera por su entorno.
‘Hick’ acaba siendo sobre tratar de salir a flote pese a las influencias que tengamos. Nada nuevo.  Pero que no esquive que en el camino de la madurez te llevas unas cuantas collejas acaba convirtiéndola en algo especial.

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